Del 23 al 25 de noviembre tuvo lugar la 64° edición de la Mostra Internazionale del Gelato, en Longarone, Italia.
La feria, calificada por sus organizadores como la edición “cero”, refundó la convocatoria a la excelencia del helado artesanal propiamente dicho. Esto significó la presencia de materias primas naturales, productores de ingredientes organizados a través de sus consorcios y tecnologías. Y como contrapartida, la ausencia de premezclas con alto nivel de procesamiento.

Hubo un amplio abanico de actividades dirigidas a los heladeros que buscaban herramientas para la elaboración artesanal.
El público fue un protagonista esencial, ya que tuvo la posibilidad de degustar una variada gama de sabores provenientes del territorio, y luego votar sus gustos seleccionados.
La Coppa d´Oro, competencia histórica de los heladeros artesanales, contó con la participación argentina que se ubicó entre los top ten del mundo.
El acto inaugural contó con la presencia de funcionarios de la región del Véneto, con el Intendente de Longarone Roberto Padrin, con miembros de la Agencia Venicepromex y el Presidente de Longarone Fiere, Michele Dal Farra, quienes abrieron el acto con el clásico corte de cintas y el paseo por los pabellones feriales.
A los cambios en la estética ferial se sumaron las áreas de capacitación y las de demostraciones prácticas que contaron con público permanente. El clima que se vivió dentro de la feria fue de entusiasmo y curiosidad por descubrir un nuevo mundo de sabores que no formaban parte de la paleta clásica.
Los invitados especiales recorrieron la muestra guiados por Michele Dal Farra.

El nuevo proyecto ferial
Las ferias, como toda actividad humana que se desarrolla en décadas, necesita la revisión de estrategias y el enfoque de nuevos temas o la corrección de rumbos.
Cuando hace sesenta y cuatro años se inauguró la MIG, el objetivo fue claro: reunir a los heladeros artesanales de Italia, muchos de ellos nacidos en la provincia de Belluno y emigrados a distintos países de Europa y América, para encontrarse y volver a beber en las fuentes de la artesanía. Las empresas expositoras compartían exactamente el mismo principio. Presentar materias primas y tecnologías capaces de acercar herramientas para que el talento del artesano hiciera su parte.
La “feria del helado de Longarone”, como se la conoció en todos los puntos geográficos a donde arribaron heladeros provenientes de aquel territorio, fue una marca con un capital simbólico extraordinariamente fuerte. Decir Longarone significaba conocer la esencia de un producto cuyo peso específico superó largamente a cualquier otro de la gastronomía.
La gran familia que constituyeron estos heladeros tuvo efectos benéficos en todas partes. En Argentina muchos recordarán al fundador de la heladería Cadore, ubicada en pleno centro porteño, don Silvestre Olivotti, quien cada año viajaba para reencontrarse con sus raíces. No es casualidad que hoy, esa heladería que conduce su sobrino Gabriel Fama, continúe entre las mejores de la Argentina y del mundo.

Lo mismo podemos afirmar de Federico Bortolot, fundador de El Piave, cuya serenidad y bonhomía fueron tan célebres como la calidad de sus helados. Hoy, su hija Sandra da continuidad a esta obra, manteniendo las mismas claves de la producción.
La lista de italianos que portaron su “know how” sería larga para demostrar cuánto influyó la MIG en nuestra historia heladera y no sólo en Argentina, sino en otros países de América del Sud y del Norte.
Los consumidores entraban a las heladerías buscando sabores y texturas absolutamente diferentes de aquéllos que ofrecía la industria. No sólo porque el helado se elaboraba a partir de materias primas naturales, sino porque quienes lo realizaban sabían cómo balancear una buena fórmula. Y este es el punto. El heladero conocía su producto y no dependía de un proveedor determinado para que le indicara el modo ni las proporciones. Se entiende entonces que la edición cero que acaba de finalizar instalara como objetivo recuperar esta misión de la MIG. Cuando el Pte. de Longarone Fiere expresó la necesidad de recuperar la esencia de esta feria, quiso apuntar a recuperar la riqueza de un vasto número de productos del territorio que fueron paulatinamente quedando fuera del escenario porque no formaban parte de las premezclas que sólo necesitaban una proporción de agua para obtener un helado. Ese diseño de producción no incluía talento alguno de quien lo procesaba, y el resultado final fue la creciente homogeneidad de los sabores.
Michele Dal Farra asumió el desafío de ir “contracorriente”. De recuperar la “cultura del helado”. Estableció las condiciones para que en el territorio MIG reinara el maestro heladero artesanal. Para una feria que se sustenta con la venta de metros cuadrados, tomar decisiones tan radicales es una apuesta fuerte que dará sus resultados en las próximas ediciones. Lo que hoy sí se puede verificar es el interés de los heladeros visitantes por entrar en contacto con el sector de equipamientos y por conocer y reconocer diversidad de frutas, de vegetales, de bebidas a partir de las cuales generar sus propias recetas, con su identidad y con su sello.
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